Nelson Díaz / Gris Acero
Tres niños duermen en sus habitaciones azules mientras las paredes se desvanecen y los cuadros pasan a ser las estrellas más cercanas.
El susurro de gotas que caen.
Las lágrimas van, poco a poco, formando un charco.
Un charco que en complicidad con el espasmo de la noche se transforma en un espejo, reflejando el frío gris del acero.
El corazón no palpita.
El sobre de sopa instantánea deshidratada sabor pollo no palpita.
Estoy vivo.
Estoy muerto.
Estoy vivo y no sangro.
El corazón palpita y no sangra.
Las lágrimas y el pan no sangran.
Los galones de los militares no sangran.
El mundo mudo nudo sangra.
Por la nuca.
Por los ojos.
Por los poros.
Por los polos.
Por las dudas.
Por nadie.
Los niños todavía no lo saben.
El susurro de gotas que caen.
Las lágrimas van, poco a poco, formando un charco.
Un charco que en complicidad con el espasmo de la noche se transforma en un espejo, reflejando el frío gris del acero.
El corazón no palpita.
El sobre de sopa instantánea deshidratada sabor pollo no palpita.
Estoy vivo.
Estoy muerto.
Estoy vivo y no sangro.
El corazón palpita y no sangra.
Las lágrimas y el pan no sangran.
Los galones de los militares no sangran.
El mundo mudo nudo sangra.
Por la nuca.
Por los ojos.
Por los poros.
Por los polos.
Por las dudas.
Por nadie.
Los niños todavía no lo saben.
Nelson Díaz
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